Siempre serán mi lugar seguro: Honrando a mis abuelos
Escribir estas palabras me cuesta. No solo porque duelen, sino porque estoy lejos, sin mi familia cerca, intentando poner en frases todo lo que siento en el corazón. En menos de dos meses, mis abuelos partieron al cielo. Mis padrinos. Mis cómplices. Mis guías. Y aunque la tristeza me inunda, también siento la necesidad de honrarlos, de agradecerles, de abrazarlos con este escrito, aunque sea con palabras.
Mis abuelos fueron los mejores padrinos que pude tener. Me quisieron mucho, como solo ellos sabían hacerlo: con una dulzura inmensa, una paciencia infinita, y un amor que lo llenaba todo. Mi abuela fue una gran profesora, una mujer sabia, serena, que tocó la vida de muchos con su vocación y su corazón generoso. Mi abuelo, un trabajador incansable en el SENA, que con esfuerzo y disciplina dejó huellas donde estuvo. Ambos dedicaron su vida a servir, a enseñar, y amar al projimo junto con sus companeros de Club de Leones.
Aunque nací cuando ya estaban jubilados, la vida me dio el privilegio de disfrutarlos por muchos años. Las navidades, los años nuevos, las sobremesas eternas, las risas, los viajes, los abrazos… cada momento con ellos fue un regalo.
Y hoy, desde la distancia, con el corazón partido, no puedo sacarme de la mente una frase que por fin entiendo de verdad, esa que canta Bad Bunny y que dice: “Debí tirar más fotos cuando te tuve, debí darte más besos y abrazos las veces que pude…”
Porque sí, aunque los disfruté, aunque los quise, siento que el tiempo nunca alcanza. Que ahora quisiera un último abrazo, una última charla, una última carcajada como aquella vez que mi abuelo daba un discurso y, entre mis primos Natalia, Santiago y yo, terminamos tumbando el tablero. Él no pudo contener la risa. Paró su discurso porque no podía dejar de reír. Ese era él. Siempre con una sonrisa lista y un corazón abierto.
También atesoro nuestras vacaciones juntos: Isla Margarita, el Rodadero, Dibulla, y aquella inolvidable aventura por Trinidad & Tobago y Barbados junto a mi tío abuelo Pedro Agustín e Isobel. Tantos recuerdos que hoy se vuelven refugio.
Mis abuelos nos enseñaron a amar la vida simple, la naturaleza, y el valor de la familia. Con su adoración por Dibulla, el Rodadero y especialmente Barichara, nos transmitieron un amor profundo por la tierra y por nuestras raíces. Barichara, ese pueblo hermoso donde hoy descansarán para siempre, fue su lugar favorito. Allí mandaron a construir un monumento de la Última Cena, para que ese fuera su sitio de paz eterna. Porque así lo quisieron. Porque ese lugar representa su fe, su historia, su hogar.
En ese mismo sitio estarán sus cenizas, junto a sus respectivas madres. Estarán rodeados de sus hermanos, de sus padres, de su esencia. Y quedará grabada una frase que los representa por completo:
“La vida es corta… pero suficiente para llegar a Dios por el camino del amor a la familia.”
Esa fue su manera de vivir: con amor, con respeto, con fe.
Nos enseñaron a amar el campo, a cuidar a los animales, a disfrutar los domingos en la finca, montando a caballo, compartiendo en familia. Esa finca no era solo tierra, era un refugio, una tradición. Era parte de lo que nos hacía sentir vivos y conectados.
Mi abuelo tenía un amor profundo por Dibulla y por Barichara. Eran sus rincones del alma. Hoy solo quedan los recuerdos… pero son alegres, cálidos, inolvidables. Y aunque ya no estén físicamente, su esencia sigue viva en nosotros, en esas costumbres, en ese respeto por la vida sencilla, en ese amor inmenso que nos regalaron, no solo a mi, sino a la familia que aunque era pequeña, seguia creciendo.
Los últimos tres años no fueron fáciles para mí. La distancia, los desafíos de la vida, y esa sensación constante de que algo faltaba. Pero ellos siempre estaban ahí, alentándome a seguir, a no rendirme, a mirar hacia adelante. Hasta que este último año la salud empezó a apagarlos, poco a poco. Fue muy duro verlos deteriorarse, aún desde lejos. Pero también entendí que merecían descansar. Que después de una vida de entrega, amor y trabajo, su alma necesitaba paz.
Hoy escribo desde el duelo, pero también desde la gratitud. No hay dolor más profundo que perder a quienes fueron tu refugio… pero tampoco hay amor más eterno que el que ellos nos dejaron, no solo a nosotros sino a sus amigos, al club de Leones, a sus alumnos y a su comunidad.
Gracias, abuelitos. Por cada consejo, por cada historia, por cada gesto de amor. Por creer en mí incluso cuando yo dudaba. Por enseñarme que el amor no se mide en distancia, sino en lo que se queda en el alma.
Los extraño. Los honro. Y los llevo conmigo, siempre.
Jorge Rodriguez Serrano
Autor del blog Rodríguez Recomienda, MundoTours, y PrimerNombre